Xavi Millán

" aunque me vaya muy lejos "2015

“ Aunque me vaya muy lejos ” es un homenaje , una manera de resumir mis siete años de estancia en Venezuela, en especiala mis vivencias en los Llanos, a las personas que me acogieron ,  Es un homenaje a las grandes sabanas, a los grandiosos cielos, a los momentos de celebraciones, a los momentos duros a ese verano árido y al lluvioso invierno... Dentro de esa eclosión de experiencias donde la naturaleza sólo entiende que la vida es muy dura, mi mirada como invitado de lujo pudo captar muchos momentos que aquí os presento. También subyace el aroma de la costa, de mis años en Río Caribe, de su gente y mis amigos, de la mano de Gustavo, compañero, que me descubrió una gran País.

Son siete años de grandes experiencias y la maleta que me traje de regreso a Barcelona tiene estas fotografías como un álbum familiar que desempolvo después de un tiempo para vosotros.

El título de la exposición, lo tomo prestado de una estrofade la extraordinaria composición “Sabana” de Simón Díaz que dice...” aquí me quedo contigo aunque me vaya muy lejos...“

Xavi Millán

Barcelona Agosto de 2013

Reseña exposición

"Sueños atravesando Venezuela"

Estas pequeñas piezas son fotos humildes que no ocultan su origen primario, la materia prima del álbum familiar. Son instantáneas como recuerdo de aquellas tardes felices y en paz en el rural de Venezuela. Por eso la fuerza real de los retratos y los paisajes sobrepasa en el acabado cualquier otra intención. La rememoración se impone al tratamiento plástico, así los collages resultantes no pueden prescindir de las miradas reales que los pueblan. Como el mezclador de sonidos logra el contrapunto entre lo exterior y lo interior, en una segunda fase de creación Millán transparenta esos retratos y los funde al entorno mediante el photoshop. Sin dejarse llevar por lo decorativo, busca aquellos complementos que llenarán las escenas de sentido. Así hace aparecer el perro, la granada, el mar, la desolación, la nube, la arena… Y como un dios del duermevela, decide cuales de ellos se nos aparecerán en primeros planos, cuales serán insignificantes huellas, cuales permanecerán en la sombra o simplemente perfilarán un vacío.

¿Es que Xavier Millán no se atreve a presentar el retrato puro, el personaje aislado, la mirada a cámara, los fondos lisos? ¿Teme a la fotografía?

Es otra cosa. El fondo no puede ser estático, limitador e inmutable, como el paño del que hacían uso los retratistas de la fotografía antigua. Millán quiere recuperar el ambiente, el tiempo móvil, la evolución del clima, los minutos deslizándose por los atardeceres, como una manera de devolver a los personajes aquella fuerza viva que la cámara congeló en efigies. Los objetos desde un mirador móvil siempre son los mismos. Se repiten y, en el sentido cinematográfico, no vemos repetición, sino secuencia. Hay un antes y un después, que debemos interpretar por izquierda y derecha, por arriba y abajo. Esos postes, esos carteles, esos árboles vuelven a pasar sobre las caras y los gestos y cada vez se sitúan en un lugar diferente. Sin ese fondo -como un diorama móvil que se desplaza iridiscente, nunca cegador- los retratos no tendrían para él sentido ni poesía.

Millán no aplica recuerdos sobre las fotos. Sueños, dice que son. Las distintas capas de imágenes soñadas son reflejos que insisten en retener el mismo mundo. Varias imágenes retinianas superpuestas, casadas por los blancos, fundidas en los negros. Los personajes se miran a sí mismos y nos miran a través de lo que miramos. Comprendemos finalmente que miran lo mismo que nosotros, pues estas fotografías son lo que nosotros miramos a través de sus ojos infantiles, perezosos, lánguidos. Soñadores. Quizá el conjunto de la imagen es el sueño en el que se mezclan la realidad y los deseos de lo imposible y de lo bello. Son rendijas por la que se atisba el paraíso. Por eso utiliza esa técnica del tejido del tapiz en el que la fisura deja pasar la luz a través de la urdimbre. El color cálido, ceniciento y ocre, no es casual. Ha buscado en su paleta el efecto del adobe lamido por el aguacero que cae del alero al impluvium de las casonas caribeñas en la hora de la siesta, cuando la lluvia agota la luz como una densa cortina que oculta la tarde. Las escenas tienen un aire colonial. La pátina tostada de cafetales, de tierras de la selva recién desbrozadas. La nostalgia del salvaje. Es una mirada extranjera, sí. Pero adaptada. La mirada que ama aquello que le ha costado comprender. Allá lejos ha encontrado un motivo para vivir, tan lejos y diferente de lo que anteriormente había sido.

Mirad esta serie como un viaje en autobús: escuchad su traqueteo, el ruido y el griterío en las paradas. Pasad la mano y notad el polvo ocre pegado a los cristales. Es una colección que nos ofrece el mismo punto de vista elevado pero tan a ras de tierra del viaje en autobús, para ver pasar los paisajes mientras se ven reflejados a los que desde dentro miran. En el duermevela de los pasajeros la nostalgia toma cuerpo en todos los seres, en todos los objetos, en los sonidos que les van despertando o les sirven de arrullo. A la vez es fuera y es dentro. Y cuando ladra un perro parece que habla un compañero de viaje. El juego de los reflejos permite el placer de espiar a quien viaja en el asiento de al lado, a quien por pudor no se le puede dedicar una mirada directa: la mirada de soslayo es consecuencia del amor a primera vista… Los viajeros acabamos pensando que aquellos que están a nuestro lado, a los que vemos pasar trasparentes como almas entre los árboles y las brumas, son también parte de ese paisaje. En estas fotos, no hay proyección de un mundo interior, sino reflejos superpuestos de ese mismo fuera que enamora e intriga. Como el primer viaje en autobús por una tierra extraña.

Laura Terré

Vilanova i la Geltrú, abril de 2013

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