En el bosque, la casa escondida
En la doble página del libro ilustrado, dos niños de cabezas rubias atraviesan de la mano el bosque para regresar al único refugio posible y conocido, la casa del padre, un lugar donde saben que no se les quiere. Al pasar la página se alza por sorpresa un troquel brillante que les interrumpe el paso: una casita a la medida de sus deseos, de pan y de azúcar, cargada de sensaciones alegres. La casita del bosque es bella, pero oculta la auténtica amenaza: la prisión, la culpa, la sumisión, la cobardía. Si su apetito hubiera sido más fuerte que el cansancio del camino, aquellos niños habrían logrado disolver los terrores venideros. Pero poco a poco el ensueño fue dispersando la vigilia hasta que, como en un rapto, su imaginación infantil les transportó por el aire dentro de lo oscuro, al reino de los miedos y la angustia del incierto futuro.
Perderse de uno mismo es ese bosque. Perderse, desconocerse, es el bosque a la hora en que las luces van menguando y la vista ya no percibe formas sino siluetas recortadas, árboles convertidos en fantasmas. Revolotear y chocar con demonios, con los miedos de la infancia tras la niebla. Perderse en el bosque y sentir en el pecho la angustia de las tardes de domingo. Volver a contemplar en el recuerdo la Luna amenazadora enmarcada en la ventana del cuarto infantil, bola de cristal opaca e incomprensible.
De la mano de Xavier Millán caminamos en círculo por un territorio boscoso en estos tiempos de pandemia. Confinados en selvas umbrías y monótonas ansiamos horizontes, vamos arrojando piedras de instantes blancos que brillen con la luz de la Luna para recuperar la vuelta a casa y rescatar aquello que fuimos no hace mucho, el sabor de edades pasadas, el abrazo de varios cuerpos, la curiosidad por lo nuevo, la inocencia de estirar la mano y tocar por primera vez el musgo húmedo.
Cada uno de nosotros visualizará en estas imágenes su señal salvífica, de manera precisa: ente las nubes del cielo, en los guijarros del camino, en las gotas de lluvia como constelaciones posadas en las ramas y las hojas. Serán legibles en un soplo los renglones del texto inextricable de la maleza. A medida que pasamos las páginas de este libro nos acercaremos a la casa de la incertidumbre y el recelo, quizá, o como en el buen viaje astral, a la pequeña casa escondida en el claro del bosque, refugio cálido como vientre de la madre.
LAURA TERRÉ
Vilanova i la Geltrú, 19 de septiembre de 2020